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lunes, 22 de marzo de 2010

El Hijo prodigo



Dijo además: —Un hombre tenía dos hijos.
El menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde.” Y él les repartió los bienes.
No muchos días después, habiendo juntado todo, el hijo menor se fue a una región lejana, y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente.
Cuando lo hubo malgastado todo, vino una gran hambre en aquella región, y él comenzó a pasar necesidad.
Entonces fue y se allegó a uno de los ciudadanos de aquella región, el cual le envió a su campo para apacentar los cerdos.
Y él deseaba saciarse con las algarrobas que comían los cerdos, y nadie se las daba.
Entonces volviendo en sí, dijo: “¡Cuántos jornaleros en la casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!
Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y ante ti.
Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.”
Se levantó y fue a su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre le vio y tuvo compasión. Corrió y se echó sobre su cuello, y le besó.
El hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y ante ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo.”
Pero su padre dijo a sus siervos: “Sacad de inmediato el mejor vestido y vestidle, y poned un anillo en su mano y calzado en sus pies.
Traed el ternero engordado y matadlo. Comamos y regocijémonos,
porque este mi hijo estaba muerto y ha vuelto a vivir; estaba perdido y ha sido hallado.” Y comenzaron a regocijarse.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando vino, se acercó a la casa y oyó la música y las danzas.
Después de llamar a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le dijo: “Tu hermano ha venido, y tu padre ha mandado matar el ternero engordado, por haberle recibido sano y salvo.”
Entonces él se enojó y no quería entrar. Salió, pues, su padre y le rogaba que entrase.
Pero respondiendo él dijo a su padre: “He aquí, tantos años te sirvo, y jamás he desobedecido tu mandamiento; y nunca me has dado un cabrito para regocijarme con mis amigos.
Pero cuando vino éste tu hijo que ha consumido tus bienes con prostitutas, has matado para él el ternero engordado.”
Entonces su padre le dijo: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas.
Pero era necesario alegrarnos y regocijarnos, porque este tu hermano estaba muerto y ha vuelto a vivir; estaba perdido y ha sido hallado.”
Creo que la historia del Hijo Pródigo ha sido mi historia en varios momentos de mi vida. Me queda claro que Dios nos da la libertad, el libre albedrío, y esto es lo que nos permite, mediante las elecciones que en todo momento efectuamos, experimentar lo que mundanamente conocemos como “el bien y el mal”. Dios nunca va a juzgar ni a discutir nuestras elecciones, las cuales activan la Ley que las lleva a cabo. Esta es la mayor prueba de la libertad que Dios nos ha dado, la mayor prueba de que el ser humano comparte la Naturaleza Divina, y que tiene dentro de sí mismo el Poder Creativo que le corresponde como Hijo de Dios ( y por lo tanto, el ser humano no es el títere de Dios).
Como el hijo despilfarrador y pendenciero de la historia, yo también me he alejado de la Casa de mi Padre, del Reino, y he sentido la carencia, la enfermedad, la culpabilidad, la limitación, ese sentimiento de separación de la propia esencia, el cual es la causa de toda angustia, sufrimiento y problema humano. Al igual que el Hijo Pródigo, yo también he buscado mi felicidad en los efectos, y no en la Fuente de todo Bien.
Asimismo, me he dado cuenta de que nadie puede darme nada y tampoco nadie puede quitarme nada, sino nosotros mismos. Dios por lo tanto no castiga, ni nos prueba; su Casa siempre ha estado y estará abierta, y sé que en la medida en que yo regrese a El, voltee a El, El recorrerá la mitad del camino para encontrarme, y nunca existirán juicios ni castigos. Yo creo que el camino de regreso lo he empezado a recorrer ya en algunos aspectos de mi vida, y en otros aún tengo que hacerlo, pero me provoca paz el saber que el “Reino”, la “Casa del Padre”, siempre está disponible y esperándonos.

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